Cruzo la frontera con el entrecejo sosegado y las ansias bajo siete llaves.
Sólo arrullo de inflorescencias, agitadas por el paso de un soplo inocuo.
Somatizo el haber bebido las alturas más empinadas, se me olvida el pasado, se me escurre el futuro, solo presente.
Sinuosa manera de amanecer, tímido palpitar de aromas embestidos.
La soledad ahoga y libera, es hogar de voces con raíces añejas y entrañables.
La empinada ladera oeste ensalza los prolíficos castaños emigrados.
Suelos seculares, sabios de batallas inverosímiles y juglares de estirpe, sostienen sueños tan almibarados como imposibles.
”…la sangre nunca es agua…”
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